El libro de poemas Romancero Gitano, de Federico García Lorca
(Granada, 1898-1936), apareció en julio de
1928 y alcanzó hasta siete ediciones en vida del autor. Su publicación (tras el
Libro de poemas, 1921, y Canciones, 1927, aunque otros dos textos
suyos —Poema del cante jondo y Primeras
canciones— estaban ya escritos cuando se publicó) puso fin a un proceso de
escritura llevado a cabo entre 1924 y 1927, con romances que habían ido
apareciendo en revistas literarias de la época.
Recoge 18
composiciones, en las que exalta la dignidad del pueblo gitano, marginado y
abocado al dolor, la pena y la muerte. Muestra un mundo gitano mítico,
legendario, alejado del mundo real.
Supuso un
intento de conjugar la recuperación de la tradición popular española, en
especial en cuanto a métrica y procedimientos rítmicos. El Romancero gitano
supone una representación del Neopopularismo:
la métrica (el romance es el metro por excelencia de la tradición lírica oral)
y el empleo de figuras retóricas como el paralelismo son de clara ascendencia popular; la presencia de
metáforas arriesgadas y la condensación verbal guardan relación con la
renovación formal que propugnaba el Vanguardismo.
Hablando sobre esta obra en una conferencia,
Lorca dijo lo siguiente:
“El libro,
en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo
gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático
de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la
sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal. Así pues, el libro es
un retablo de la Andalucía, con gitanos, caballos, arcángeles, planetas, con su
brisa judía, con su brisa romana, con ríos, con crímenes, con la nota vulgar
del contrabandista, y la nota celeste de los niños desnudos de Córdoba que
burlan a San Rafael. Un libro donde apenas si está expresada la Andalucía que
se ve, pero donde está temblando la que no se ve. Y ahora lo voy a decir. Un
libro antipintoresco, antifolklórico, antiflamenco. Donde no hay ni una
chaquetilla corta ni un traje de torero, ni
un sombrero plano ni una pandereta, donde las figuras sirven a fondos
milenarios y donde no hay más que un
solo personaje grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es
la Pena que se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles,
y que no tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia ni con
ninguna aflicción o dolencia de ánimo, que es un sentimiento más celeste que
terrestre; pena andaluza que es una lucha de la inteligencia amorosa con el
misterio que la rodea y no puede comprender.”
Para un estudio más extenso (que te puede valer para la PAU), pincha en
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